Indiscutiblemente la industria está aumentando, incluso, esta semana vimos cómo 4 mujeres celebridades volaron en el cohete de Blue Origin durante 11 minutos, hecho que generó controversia debido a los recursos invertidos y por supuesto a las emisiones generadas por un vuelo tan corto. No obstante, pareciera que este es solo el principio de una serie de viajes turísticos que se vendrán en los próximos años en la medida en que la industria cada vez busca hacerlos más accesibles.

En este sentido es importante mencionar que no son solo las emisiones de C02 y de metales emitidas al despegar las naves las que preocupan a los ambientalistas, sino la cantidad de satélites tanto en funcionamiento, como abandonados, que generan “debris” o desechos electrónicos en el espacio cerca a la atmósfera. Lo anterior puede generar alteraciones en la capa de ozono y en la temperatura de esta. Sin embargo, los científicos continuan día a día estudiando sus efectos.

Cuanto mayor sea la altitud de las partículas contaminantes del aire, más tiempo permanecerán en la atmósfera y más tiempo tendrán para causar estragos (Pultranova, Tereza, 2023).

 Este último dato es realmente importante ya que, al comparar los viajes realizados comercialmente por aviones versus los lanzamientos espaciales, se podría llegar a pensar que la cifra no es significativa; sin embargo, las partículas contaminantes que emite un avión se quedan en la tropósfera y la estratósfera inferior, mientras que aquellas de los cohetes atraviesan la mesósfera, lo que implica que entre más arriba estén, más tardarán en mantenerse.

Ahora bien, a pesar de que los estudios continúan, se vuelve fundamental que la industria espacial comience a desarrollar combustibles alternativos que prometan una disminución sustancial del C02, del metano, metales y demás partículas que en estos momentos se encuentran rodeando a La Tierra. Lo anterior, acompañado con una disminución de los desechos espaciales provocados por los satélites y por las expediciones científicas realizadas año a año. Todo ello acompañado de regulaciones más estrictas a nivel internacional que vayan en concordancia y no en contravía con las Agendas Ambientales y sus metas para 2023-2050.

Es un reto que aúna los esfuerzos de científicos, expertos, Gobiernos, compañías públicas y privadas, y por supuesto un compromiso de quienes hoy en día proveen los viajes espaciales.